Invitado de honor en este feria fue Brasil. En la entrada de la estación Mapocho se exhibían xilograbados de la “literatura de cordel” del nordeste del país, donde, con toscos trazos de artistas populares, se ilustraban historias, cancioneros, folletos que eran colgados de un cordel para su venta, costumbre heredada de Portugal. Aún hoy se mantiene esa tradición que es parte del patrimonio nacional. Gran fama alcanzaron algunos de estos artistas populares. El pintor y muralista mexicano Diego Rivera, siempre consideró como su primer gran maestro al ilustrador de corridos y fundador de periódicos populares José Guadalupe Posada, cuyos grabados contemplaba de niño con asombro y admiración y que se vendían en las calles como “prensa de a centavo”.
Uno de los atractivos de ese día era la presentación del colectivo de cuentacuentos “Había un avestruz”. Curiosidad de ver quienes permanecían aún en el grupo y escucharlos. Por desgracia, llegamos tarde. La gente se aglomeraba de preferencia en un stand de libros de arte, arquitectura, diseño, reproducciones de pintura, agendas, calendarios, etc. Costaba abrirse paso para mirarlos, resistir las numerosas tentaciones. Todavía me arrepiento por haber renunciado a un libro de poemas chinos ilustrado con acuarelas.Otros centros de atención eran aquellos stands que ofrecen libros a $ 1.000 o $ 1.500. Frenética búsqueda de algo que valiera la pena y que hubiera caído allí por error. ¡Cuánto se camina! Habiendo tanta oferta no es fácil elegir, se enreda una en las filas de stands y termina por sentarse a reponer fuerzas con el obligado cocaví. Algunos avisados usaban los coches de niño para la carga extra. Este año había dos stands dedicados a la divulgación de la fe musulmana. Una de Turquía atendido por unos guapos y atentos muchachos y otro de los shiitas de Las Condes, no tan producidos. Otro local bastante visitado fue el de los comics, con el agregado de viejas revistas de decoración y manualidades que se venden bastante. Luego reaparecerán en las peluquerías y salas de espera diversas. Pero siempre hay fieles en busca de algún ejemplar de Quino, Robert Crumb, Moebius o Roberto Fontanarrosa (¡Ay, que pena la muerte del Negro!)
Dentro del programa del día, hubo 5 recitales o presentaciones a las 19 horas. Elegimos el de Carlos Germán Belli, presentado por Jaime Quezada. Dos personas en la sala. Esperamos un rato. Apareció Quezada con dos señores, miraron con aire desanimado y se fueron. Los imitamos y partimos al “Recital poético del norte y del centro”. Bastante gente, pero la sala es más pequeña. Casi todos parecían conocerse. Escuché con alguna impaciencia a la poeta Marcela Reyes. Me interesaba Juan Cameron y valió la pena. Sentí no escuchar a Floridor Pérez, quien le seguía, pero quise volver a lo de Belli por si había llegado público. Se había producido el milagro (discreto) y estaba por terminar. Explicó después que había elegido poemas simples, digamos de descarga directa. Es cierto, si uno lee poesía, siempre puede releer, volver atrás, darle vueltas a la idea. Al escuchar, las palabras tienden a deshacerse en el aire si la mente no las agarra al vuelo. Me han dicho que en los demás recitales donde estuvieron todos juntos, la función fue a lleno completo. Pero, el gran pero, era la presencia de Ernesto Cardenal, el plato de fondo que a nadie deja indiferente.
Entre los libros más caros que encontré, estuvo un tomo con las tres partes de la autobiografía de Elías Canetti: $ 80.000 editado por Galaxia Gutemberg. Compré “Estambul” de Orhan Pamuk porque siempre tuve curiosidad por esa misteriosa ciudad suspendida entre Europa y Asia, heredera de Bizancio y ahora en la cima de la popularidad turística. También “Peregrina y extranjera” unos ensayos de Marguerite Yourcenar, editados por Alfaguara y “Canción de libertad” de Amit Chaudhuri de Muchnik Editores.
Lo elegí por los antecedentes de solapa y contraportada, además del precio: $ 1.500.
Resultó ser como la publicidad de los detergentes.
Hay defensores y detractores de la Feria del Libro. Se dice que es una feria donde se exhiben restos invendibles de bodega, lo cual es cierto y aquí se compran por el precio (como hice yo). Se murmura que es un desfile de escritores de poca difusión que llegan a rumiar su desencanto por el éxito de otros, organizado por quienes no leen, etc. Para mi, habitante de una comuna apartada, significa la oportunidad de, casi por única vez en el año, encontrar juntos y a veces revueltos, los últimos libros publicados, algún ejemplar nuevamente editado porque el anterior ya se hizo pedazos y vale la pena releer, y cientos de libros que brillan, hacen guiños y lanzan destellos hasta que la tentación se hace irresistible; ocasión de escuchar a poetas de renombre o poco nombre aún, encuentros inesperados con conocidos que no se ven en otras partes, espacio para admirar esas excelentes exhibiciones de la entrada en las que casi nadie repara.
Eso de la literatura de cordel me da vueltas como el juego de niños.
¿por qué no fabricar unos cuadernillos flacuchos y baratos y tratar de venderlos en la feria?
Etiquetas: Artículos y Reportajes
2 Comments:
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- Arianna said...
21 de noviembre de 2007, 17:33El viernes 2 de noviembre fui a la Feria del Libro de Santiago. Para mi sorpresa, encontré libros a un precio mucho más económico que lo normal en las librerías. No obstante, no fue eso lo que capturó mi interés, entre tanto librero y editorial, di con la poeta Violeta Güiraldes que estaba autografiando sus libros...una mujer agradable, con quien me di el gusto de conversar su libro Claroscuro, el cual adquirí autografiado y que he leído durante estas tardes estivales... un libro de poemas sencillo y sin grandes búsquedas poéticas... sólo plasmar en palabras la claridad y obscuridad de ser mujer...- Anónimo said...
22 de noviembre de 2007, 19:52Plop!
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